sábado, 13 de junio de 2015

¿ES UNA SOLUCIÓN LA TEORÍA DE LOS ANTIGUOS ASTRONAUTAS? Por Erich von Dániken


Tengo en mi mesa de trabajo más de veinte mil recortes de Prensa que se refieren, directa o indirectamente, a la teoría de los antiguos astronautas. De su lectura se desprende que existe un gran número de objeciones serias a esta teoría. Sin embargo, ésta no nació únicamente de mi cerebro desequilibrado. Asimismo, me permitiré responder a estas críticas. Nuestra teoría plantea como principio la existencia de astronautas extraterrestres y sostiene que vinieron a la Tierra en un lejano pasado. Se trataba de unos visitantes que pensaban, sentían, actuaban y disponían de una poderosa tecnología.
Seguidamente veremos otros aspectos de nuestra teoría. Empecemos por el principio. ¿Qué es la inteligencia? Para mí, la inteligencia lleva necesariamente a la conquista del espacio. En efecto, muchas mentes honradas creen que si la salida de la vida de los océanos fue un fenómeno puramente instintivo, la próxima etapa, la salida de la vida de la atmósfera al espacio, del Planeta al Cosmos, será debida a la inteligencia. Este es el punto de vista que expresa el gran sabio norteamericano Loren Eiseley en L'Immense Voyage.' Eiseley cree que el fenómeno se ha producido ya: «¿Quizá venimos del espacio y queremos regresar al mismo con ayuda de nuestras máquinas?» Otros partidarios de la astronáutica son del mismo parecer. Sigan ustedes conmigo esta hipótesis: un planeta en el que nace la inteligencia. Esta inteligencia llega a dominar a las otras especies. Mira hacia el cielo, donde brillan puntos de luz. ¿Qué son estos puntos luminosos? Se plantea la pregunta. La Ciencia le aporta la medida de las distancias y de las posiciones. Más tarde o más temprano se produce el viaje en el espacio, sean o no parecidos al hombre estos astronautas. Sólo en nuestra galaxia se encuentran cien mil millones de estrellas fijas. La estadística deja pensar que gran número de Planetas pueden llevar en sí las sustancias que son los preliminares de la vida, y un número más pequeño de planetas pueden contener la vida propiamente dicha. Por tanto, la vida es la evolución que conduciría a algo más o menos parecido a nosotros.
No quiero decir exactamente parecido. No rechazo la posibilidad de formas de vida con cuatro ojos y siete dedos. Sin embargo, existen razones para creer, según los trabajos de Bernal en Gran Bretaña, que toda forma de vida avanzada debe de tener una simetría en cinco o su repetición, como entre los ciempiés. Esto permitiría deducir que constituyen una imposibilidad biológica los seres con siete dedos. Pero yo considero muy probablemente como características generales una cabeza sobre los hombros, unos órganos que puedan aferrar y unos pies que permitan desplazarse. Y ello por razones lógicas. Por ejemplo, el cerebro debe hallarse lo más cerca posible de los ojos. Muéstrenme ustedes un solo animal que constituya en esto una excepción. De la misma forma, la nariz, en las especies que la tienen, está muy cerca de los pulmones. Nosotros mismos, productos de la evolución, nos hallamos a punto de llevar a cabo un desembarco en el planeta Marte. Por el contrario, Venus parece ser demasiado caluroso para nuestra especie. En Júpiter la gravedad es demasiado fuerte, y la atmósfera de metano-amoníaco, demasiado irrespirable para poder pasearse por allí sin protección. Sin embargo, nuestra historia en el Sistema Solar muestra cómo la vida se extiende de una manera perfectamente lógica. Confieso que ahora abandono la lógica para dar libre curso a la imaginación. En alguna parte de esta galaxia se encuentran y se encontraron planetas que producirían seres análogos al hombre. Algunos de estos seres resolverían el problema del viaje interestelar para grandes distancias. Para ello, estas inteligencias extraterrestres tuvieron que vencer el tiempo. La relatividad muestra que el tiempo se contrae a grandes velocidades. Nuestros hipotéticos viajeros, al utilizar el principio de la relatividad, pueden realizar viajes que durarían veinte años para ellos, pero cien mil años en lo tocante al planeta del que partieron.
Al regresar informan a su especie acerca de que la vida existe en otros lugares. También les dicen que existe un determinado número de planetas que llevan sustancias prebióticas. ¿Cuál es la proporción de estos planetas? ¿Uno de cada diez mil? ¿Uno de cada veinte mil? ¿Uno de cada treinta mil? No lo sé. Pero algunos de estos planetas pueden ser explorados y colonizados. Creo que entre estos planetas se hallaba la Tierra, en la que tanto las mitologías como los libros sagrados muestran la intervención de los antiguos astronautas. «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.» «Adán y Eva fueron creados a partir del barro de la Tierra.» ¿Por qué no? Hoy sabernos que las mutaciones artificiales son posibles. «Mi querido señor Dániken, hace usted especulación desenfrenada. No puede usted calcular ninguna de las duraciones de su tiempo imaginario.» A ello puedo responder que todos los días hacemos progresos en genética. Considero como posible la idea de que se puede hacer una especie intelectual en veinte años. Lógicamente, no se trataría de una mutación, lo cual apenas es posible en veinte años, sino de una transformación de los propios individuos. ¿Por qué no? Tal vez se partió de una especie que utilizaba sólo un porcentaje de su cerebro, para llegar bruscamente a la Tierra a una especie que utilizara diez veces mejor su cerebro, o sea, un diez por ciento, el hombre actual. Escritores de ciencia-ficción, como Paul Anderson, han imaginado esta posibilidad.
Si se trata simplemente de disminuir la resistencia al paso del influjo nervioso, no puede ser imposible. Digo que la teoría de la evolución no nos da cuenta en modo alguno de este fenómeno del nacimiento de la inteligencia. Los primates: gorilas, chimpancés, sobre los cuales no se ha producido intervención alguna, siguen en el bosque. Los he observado en la Naturaleza y jamás los he visto con pantalones. Se me habla de mutaciones espontáneas. Se trata de una teoría tan demencial como la mía. El darvinismo sigue siendo una teoría. En realidad, las mutaciones tienen una finalidad, y resulta difícil creer que las especies previeran tal finalidad hace quinientos millones de años. Cuando no se produce intervención, tenemos especies que no se mueven. Los escorpiones han vivido seiscientos cincuenta millones de años sin progreso alguno. A este respecto se puede emitir una hipótesis: el campo magnético terrestre varía. Es posible que las especies que han evolucionado sean las que contienen en su sangre un metal magnético: el hierro o el cobalto, por ejemplo, mientras que no han evolucionado, por ejemplo, las especies que no lo tienen. Esto parece ser coherente con los hechos. Habría que construir un «evolutrón» que sometiera a las especies a un campo magnético poderoso y variable. La idea no parece haber llegado a los biólogos. Cuando se contempla al ser humano, se ve que —desde los dientes hasta los músculos— no se originó al azar. Incluyendo un cerebro, demasiado grande por el momento, pero que servirá más en lo por venir. Yo no creo que se trate de un accidente. Creo que tienen razón las mitologías y las antiguas religiones: el hombre no está formado al azar, los dioses lo hicieron a su imagen.
Esta idea lo aclara todo. Incluyendo, además, la programación sexual de la especie y la pubertad. Creo que nuestro cerebro fue formado y programado, y que los biólogos clásicos no explicarán jamás por qué nacen niños humanos y no bebés cocodrilos. Lo mismo se manifiesta en el terreno del pensamiento. Si somos el resultado del pensamiento y de las acciones de los Otros, es preciso llegar a la conclusión de que éstos piensan como nosotros. Y los parecidos del pensamiento tal vez sean más importantes que los parecidos de forma; por lo menos, esto me parece lógico. Evidentemente, se plantean interrogantes. Si los Otros produjeron mutaciones en nosotros hace dos millones de años, ¿por qué no somos inteligentes hace dos millones de años? Mi respuesta es que lo somos desde hace ese tiempo y que, además, se encuentran huellas de inteligencia en el pasado. Personalmente creo que estamos separados netamente del mundo animal. Me atrevería incluso a emitir la hipótesis de que, al mismo tiempo que las mutaciones, los Otros dejaron en este planeta «cápsulas del tiempo», y que podemos esperar encontrar. Cápsulas de tiempos antiguos como relativamente recientes: veinticinco mil años, tal vez diez mil años sólo en el pasado. Sabemos que en la Historia han desaparecido los templos, las bibliotecas, los hospitales. En este sentido podemos citar la hermosa frase de Talbot Mundy, atribuida a un miembro de los Nuevos Desconocidos: «Benarés fue destruida siete veces, pero la Verdad permanece.» Sin duda se han destruido más libros durante el período que se extiende de dos mil años antes de nuestra Era, a mil años de la misma, que los que poseemos en esta época.
Sabemos también que ha habido épocas de oscurantismo, llamémoslas monarquías, teocracias, dictaduras, como quieran, en que desapareció de la civilización toda huella de viaje en el espacio, del dominio del tiempo, de la genética. Los monumentos permanecen, y tenemos un ejemplo de ello en la terraza de Baalbek.
Y aún: ¿cuántos monumentos han sido destruidos por los diluvios, los terremotos, etc.? ¿Y de cuántos los cataclismos han borrado y borrarán aún las huellas en lo por venir? Creo que también deberíamos depositar cápsulas del tiempo en puntos convenientemente elegidos: Polo Norte, Polo Sur, línea de partición entre las tierras y las aguas. Creo que también nosotros deberíamos, cuando pudiéramos, depositar cápsulas del tiempo en puntos lógicamente elegidos del Sistema Solar y especialmente en el punto de equilibrio entre la Tierra y la Luna. Ésta será una labor de generaciones futuras. En espera de ello nos quedan los mitos: las astronaves de Ezequiel,
las leyendas sumerias y muchas otras. Éstas sobreviven. Desde luego, convendría también explorar los continentes olvidados por la arqueología, como Australia y el África negra. Por el momento sólo podemos recoger indicios y publicarlos. Yo mismo he publicado centenares. Y seguiré haciéndolo. El escritor norteamericano Charles Berlitz atribuye las distintas catástrofes acaecidas en el «triángulo de las Bermudas» a una cápsula del tiempo que se encontraría en el fondo del Atlántico desde el hundimiento de la Atlántida y que emitiría señales que producirían interferencias tanto sobre las brújulas de los navegantes de otro tiempo como sobre las radioguías de los navíos y de los aviones de hoy. Descubriendo estas señales tal vez se llegaría a localizar y encontrar esta cápsula. ¡Quién sabe! Creo que el hombre que aprendió a volar y que sigue siendo capaz de aprender, llegará a la idea de los antiguos astronautas. Antes de ello convendría que ponga orden en su casa, que elimine las guerras y la superpoblación. Hago una llamada a todas las mentes lógicas de este planeta, a todos los especialistas, a todos los sabios. El problema de nuestro porvenir interesa a todos.



Este escrito de Erich Von Daniken pertenece a la obra El Libro de los Antiguos Astronautas (J. Bergier y H. Gallet, Plaza y Janés, 1982)

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